A MI MADRE NO HAY COLOR QUE SE LE RESISTA
El negro entra y sale con la camilla.
No quiero ese chofer, ella no lo querría
si de la anestesia volviera antes. No se ha previsto.
Ese negro de cabeza sobresaliente apenas
es buen conductor de camillas, tiene un Máster. Así y todo
nadie lo quiere. Aprecio sí. El negrito sólo te acerca a la muerte,
él solo te trae de vuelta... A veces.
CAMA MAMÁ
Pasa la ventisca de venas ligeras, saltarinas venas
ahuecándose de una a otra sesión. De tiempo muerto
a la muerte
abanicándole la cara al final. Posarse lo último,
estar quieto sin ocultar alguna mirada.
Raspar el cráneo
con la puerta abierta y el tesón con el pestillo pasado.
Los dientes como estafeta en tiempo de correo electrónico.
La voz como debiera, plácida, quebrada.
Brincar la piedra si supiste amamantarla, saltarla
en dos direcciones. Observar el desgaste del que la leche no habló.
AL PATIO DE MI CASA
Sobre la mesa de comer van a extender la alfombra. Antes del desayuno
encima de las tablas viejas
la pasarela de emociones servirá al debut del hombre que se estira sobre los clavos.
Al micrófono, cono de sus dedos, imagen, mi hermana ensaya (llorona, los gajos
prontos van a brotar
de sus orejas han dicho
si no escupe el cundeamor)
canta a las matas de plátano
arremolinadas aplaudiendo.
Un corto siglo antes robábamos sacos de las puertas
al trote. Hacían la carpa atados. En el patio
la mata de ateje, mástil central del circo, mostraba el tronco mucho antes de la función.
HIERRO LÍQUIDO
En este encuentro cósmico no tenía que abalanzársenos la escarcha.
En esta colisión las esquirlas debieron ser blanco vivo, no rojas frías
carnales encuestas.
El trineo sin sacudir que posaste en el metro y medio donde fundimos aliento
se instaló, y al encharcarse el hierro de la silla conocimos tus costumbres,
del contraimpulso, los escasos saltos, el oblicuo paso.
En este encuentro las vanguardias eclipsadas se rinden.
Los de segunda fila se dan labio, boca, lengua,
la saliva fundida cunde, los revólveres se disparan. Caigo
confundido con el frío de esta bilis, descongelada.
RELATO CACOFÓNICO
A Dashbym Junquera,
todavía por aquí.
Saber no es.
Por ejemplo, saber que te ibas pronto no sé cuándo.
Dos pasos hacia la pared, en contra, mutante
inescrupuloso a última hora salvado por la bicicleta abierta,
contra mí además,
con aire, sin respiro inhalo el cosquilleo,
la marcha insatisfecha vuelta viento sobre las cortinas
al anuncio del debut.
Aparente se presenta con aquella voz del día que el hipo lo dejó.
- Me seguiré yendo.
Mi nido se quiebra.
Por salvarlo desatiendo el devaneo de la tela.
Salgo al pasillo con la abatible
porque el ascensor lleva a cero,
salgo por la puerta Prisma…
Pedalear es fatigoso.
Si no puedo volver a casa él viene conmigo.
Si regreso también.
NADIE
A Dashbym Junquera,
después de muerto (quién lo diría)
Al amparo de la sombra el día se vuelve luz.
Los estertores apacibles del que se ha ido resuenan así
nobles todavía.
Nadie se va demasiado.
Y nadie al vacío.
Nadie se va dejando nada
porque nadie se ha ido cuando duele en vena su risotada.
porque nadie se ha ido cuando duele en vena su risotada.
Por lo que colma se mide la ausencia
del que fue luz al amparo de la sombra.
(Lo que te debemos, Machado)
SI EN EL ESTRADO SU MIRADA, VA FALTANDO AQUEL OJO
Si el colmo de mi equipaje es haberse llenado de lo necesario
entonces dónde guardaré las ganas del desguace de la primavera
entonces... Voy a subir sin carga.
Dónde en la hora que queda
antes de llevarme
tarde sol de atrezo di
dónde anduve. Ahora no
quiero confesarme:
(el) tu olmo a contraluz
cuando lo esquiva la tarde
salvaje, hético, de cáscara ahí no se perturba ni deshace.
Por la amenaza del diestro
ancla es su raíz de suero,
de hierro su desdén; pitonisa su frente renace.
Castillo de torres agudas
al eterno su rama cumbre de banderillas comienza a rodearle.
DEL ESCUDO SU ESCUDERO
Nunca lloraba.
Ni en sueños.
El corazón duro era su orgullo;
un gusto imaginarlo ancla grande
resistida a la corrosión del mar,
desdeñosa de las ostras
que hostigaban la carcaza de los buques,
que se hundía bruñida, indiferente
entre montones de vidrios rotos,
patas de muñeca, peines sin diente...
en el cieno del fondo del puerto
viejo.
Siempre soñaba. Incluso cuando era llanto.
Un día se haría tatuar un ancla. En el pecho.
COMO TORNADO
SI EN EL ESTRADO SU MIRADA, VA FALTANDO AQUEL OJO
Si el colmo de mi equipaje es haberse llenado de lo necesario
entonces dónde guardaré las ganas del desguace de la primavera
entonces... Voy a subir sin carga.
Dónde en la hora que queda
antes de llevarme
tarde sol de atrezo di
dónde anduve. Ahora no
quiero confesarme:
(el) tu olmo a contraluz
cuando lo esquiva la tarde
salvaje, hético, de cáscara ahí no se perturba ni deshace.
Por la amenaza del diestro
ancla es su raíz de suero,
de hierro su desdén; pitonisa su frente renace.
Castillo de torres agudas
al eterno su rama cumbre de banderillas comienza a rodearle.
SOL QUE DE EPATAR INCAUTA
Propuestas del trayecto dijimos:
si pasado el terror del mediodía,
si la luz de rayar ha dejado la pupila,
en tropel
unos y otros sobre ruedas
este domingo de corta sombra (precisa y clara)
casi fragata iremos hasta el agua.
Ella estremecida, clarísima
Propuestas del trayecto dijimos:
si pasado el terror del mediodía,
si la luz de rayar ha dejado la pupila,
en tropel
unos y otros sobre ruedas
este domingo de corta sombra (precisa y clara)
casi fragata iremos hasta el agua.
Ella estremecida, clarísima
si apacigua golpetea, calma.
Después del aleteo salvados del desborde,
los folios van
de mano en mano arrebatados al viento, maldecidos
si causa son del verso por el que se juzga.
Son también compases híbridos, gimnasia de armonías,
chapoteo, efluvios nuevos,
palabra saltarina, ramaje...
La cuesta del rumbo imprevisto.
Hemos vaciado el barril que ha sido la jornada.
Hilvanábamos a destiempo capítulos del desmadre
sin cuidarnos del oído mísero.
Ese dedo que tira la piedra no nos ve ni nos ilumina,
no nos quiere adivinar, refunda.
Si pasado el corto temporal del día la noche no lo tacha
todavía, ¿quién hallará púlpito que para reproches baste?
Hay que bendecir el lanzamiento primitivo.
No nos salvará la ira.
los folios van
de mano en mano arrebatados al viento, maldecidos
si causa son del verso por el que se juzga.
Son también compases híbridos, gimnasia de armonías,
chapoteo, efluvios nuevos,
palabra saltarina, ramaje...
La cuesta del rumbo imprevisto.
Hemos vaciado el barril que ha sido la jornada.
Hilvanábamos a destiempo capítulos del desmadre
sin cuidarnos del oído mísero.
Ese dedo que tira la piedra no nos ve ni nos ilumina,
no nos quiere adivinar, refunda.
Si pasado el corto temporal del día la noche no lo tacha
todavía, ¿quién hallará púlpito que para reproches baste?
Hay que bendecir el lanzamiento primitivo.
No nos salvará la ira.
DEL ESCUDO SU ESCUDERO
Nunca lloraba.
Ni en sueños.
El corazón duro era su orgullo;
un gusto imaginarlo ancla grande
resistida a la corrosión del mar,
desdeñosa de las ostras
que hostigaban la carcaza de los buques,
que se hundía bruñida, indiferente
entre montones de vidrios rotos,
patas de muñeca, peines sin diente...
en el cieno del fondo del puerto
viejo.
Siempre soñaba. Incluso cuando era llanto.
Un día se haría tatuar un ancla. En el pecho.
COMO TORNADO
Los altoparlantes,
los del llano son rechinar de sierra al astillarse la madera.
Impiden encender el torno, el acabado del mueble.
La sangre no se asienta. Descansa la quietud del mudo
que parece escuchar al-arma,
en el brío de su silencio
corre a bruñir la suya.
Estarse quieto destapa los zumbidos que estremecen la casa
hasta una voz si llama a compartir el grano quietísima, sempiterna.
La sangre no descansa.
La sesión en suspenso si se levanta,
ausente de provecho, vuelta a dibujar,
escruta en grupo los cortos despeños de la fruta hecha. Guanábana.
Era el giro discontinuo del aire una tromba de comunión.
Replegados por la sangre ella no hubiera;
no hizo falta los días del viento revuelto, los sin sombra.
los del llano son rechinar de sierra al astillarse la madera.
Impiden encender el torno, el acabado del mueble.
La sangre no se asienta. Descansa la quietud del mudo
que parece escuchar al-arma,
en el brío de su silencio
corre a bruñir la suya.
Estarse quieto destapa los zumbidos que estremecen la casa
hasta una voz si llama a compartir el grano quietísima, sempiterna.
La sangre no descansa.
La sesión en suspenso si se levanta,
ausente de provecho, vuelta a dibujar,
escruta en grupo los cortos despeños de la fruta hecha. Guanábana.
Era el giro discontinuo del aire una tromba de comunión.
Replegados por la sangre ella no hubiera;
no hizo falta los días del viento revuelto, los sin sombra.
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