Que la libertad existe en los límites que es ella capaz de plantearse está
planteándose NOROMIXO. NORO, que a veces cree viva y no muerta
planteándose NOROMIXO. NORO, que a veces cree viva y no muerta
a la abuela.
NOROMIXO: tres años de edad... dieciocho años… La caja rebosada.
De telas. NORO entra, se funde con la roja de raso y se pierde; reaparece
de la risa cómplice del abuelo que en el pedaleo no atiende a la aguja.
NOROMIXO de rojo es un arrebatado cuerpo en movimiento (devaneo
grácil de todos los días); olvido de sí; corporalidad sorprendente,
en ebullición cuando al abuelo le cose un dedo la Singer. La sangre es un
mal remedio porque recuerda cosas. Todo es rojo para el abuelo, la
carnosidad creciente en sus ojos, la sangre del dedo, NOROMIXO encubierto,
esa luz (cuando es luz) de la taberna en que el Abue entra. Abuela TE no está
esperándolo (esconde su sorpresa viéndolo entrar al local), con la mirada
puesta en la puerta canta: si un día que pasa triste/triste fuera tu
esperanza/victoria en desesperanza/nunca ha visto mi memoria. NORO no la
entona bien, ni la letra es como la dice ahora. Tampoco articula demasiado,
quizá por la tela. TE levanta la mano con la copa que va a romperse vacía,
en reverencia al caballero que acaba de entrar. No hay más que repetir el
mismo verso viéndolo atravesar el pretil a destajo. ¡Improvisación esa, la del
padre de sus siete hijos entrando por la puerta del bar! ¡Una vela! gritan.
Es la del abuelo, adentro ya y con la llama encendida. ¡Luz!, sigue
vociferando desde el final de la barra uno que se levanta. Intercambian
objeto los amantes: el abuelo le alumbra la cara a la abuela TE, ella tira
a apagar la llama. La copa se precipita; abuelo la caza en la oscuridad,
segundos; prefiere conservar la vela y en el forcejeo se decide por ella
también sin éxito.
también sin éxito.
No lo ha visto el abuelo, pero desde su entrada el grupillo al que se unió el de
“una vela” y “luz” repite ¡oleee!, un mantel bate el aire y lo impulsa; llega
hasta él un viento untado de tabaco y alcohol sin rebajar, lo que no puede
venir de un ventilador con baterías en un bar así sin monta. La luz de vela
camina entre los innombrables del “olee”. Es cuando se les nota. La vela y la
tela, el juego del “olee”, los innombrables azuzando... La tela sin la vela es
perfecta para el fuego que le crece encima. Afuera de una vez el abuelo hala
por el brazo un ancho trozo humano de zapatos muy altos (es la jaiba
minusválida). La abuela sale del local antes que el humo y los perdularios.
¡Qué te asfixias, bebé! NOROMIXO tose, tose, tose; dentro de la caja todavía,
se deshace de la raso roja sin la ayuda del abuelo. No es el pie, Abue, en la
cara y por el cuello me ajusta en exceso la tela, explica en señas NOROMIXO
bebé. Abuelo deja en la acera el cuerpo, al ancho taconú (la jaiba); regresa
en el Volkswagen por tanta masa compacta (minusválida) y por la abuela
ebria. El auto es lo que su nombre: el automóvil del pueblo. Los ancianos
llevan a NOROMIXO al único hospital posible, adonde al amanecer
condujeron hace mucho una masa amorfa tacón alto. La abuela no tiene la
misma cara de esa húmeda madrugada, han pasado otoños; tampoco el
abuelo. Los dos se han puesto a deambular mientras al niño lo auscultan.
Se saben ahí, en el lugar de antes, pero juntos se niegan a recordarlo,
aunque las miradas cruzadas, cómplices, correspondidas, rebajen este
empeño.
...
Fango en las uñas de NORO, la mesa puesta de recién hervida col en salsa
de tomate, col al plato, dulce de col, arroz blanco de parduzco grueso grano
picado. Agua nunca falta. NORO lavándose las manos en la mesa sobre el
plato aporta el aire que debiera tener la escena. Nadie mira ni a sí. La
atención está en los otros platos, vacíos aún.
Las coles en su variedad escapan de la mesa. Las hay cerca del carbón,
peripatéticas de tantos mazazos al vuelo.
(Si alguien dice que relatos inconexos donde las haya, que salta este (o aquel)
de un plano al otro sin avisar me reiré en su cara, le diré ¿y la vida de
NOROMIXO qué?)
¿Se arrastra NORO o danza sensemayado por el suelo al tan tan del hambre
que le percute en el hipotálamo, que lo flexibiliza en arranques, en contoneos,
concupiscente como parece? De no comer se revela un animal oculto, siempre
desconocido, indócil, no por esperado menos eficaz. Coles hasta en el techo
habrá alguna. El hule hacia arriba, por los aires, harto NORO del menú,
según parece. ¿Cada explosión conlleva una implosión? NOROMIXO no
sabe de sí. Sinestesia contracenestésica. El abuelo en la mesa, muerto, en su
puesto de siempre, es un tiro de gracia para NOROMIXO adolescente. El
menú es lo de menos. ¡Llévense las flores! decía Abue desde el colchón del que
poco ya se levantaba, cuando las flores habían menos que entrado por la
puerta de la casa. Lo asfixia el olor a velatorio, lo asfixian cuando NORO,
contradictio in terminis, con nuevas coles se incorpora a la mesa días después
del entierro. Sobre su tumba coronas de rosas, marchitas de la noche en vela.
Para que tanta flor no sea habrá que volcarlo todo, reconsiderar el rito,
colgar de los pies la costumbre hasta que caigan las falsas monedas que
dejen cuestionarla. Lo harán otros (monda y lironda se revela esta verdad).
... Abuelo trae cartuchos llenos de un frijol verdeamarillo muy redondo. Alegre
el armario. Vuelve a ser oscuro sin límite con una razón fértil dentro (Abue lo
cierra. Habrá que engrasar las bisagras…). “Lo que es de la vista, a su
alcance”. No lo estará.
Frijoles autónomos, propulsión. Hay gorgojos en cada pared de adentro;
salen del grano cueva, se alejan de la madre que les crea, crean desazón sin
el padre mayor de la familia, Abue. NORO parte de limpiar (sin hojas) los
espacios por donde nunca anduvo antes, los pocos que le eran vedados por
el abuelo. El primero in-cuba. Gorgojos abajo, arriba, y por si no hubiera
otra cosa en la que ocuparse también en los costados del estante y dentro de
cada cueva. NOROMIXO piensa cada vez más en Abue. Por los cartuchos,
por la multiplicación de seres que no sabía emanan de cualquier ente, por
el abuelo guardado.