- ¡Invéntate un cielo raso! le espeta La Bandolera con la boca tan
abierta que muestra a El Degenerao su gruesa y ensiforme polifónica
campanilla, con el badajo impactando contra las muchas paredes
que validan la acústica, al son y en el mismo tono de la comparsa de
timbres chinos del comando de bicicletas que desfila frente a ellos.
(¡¿Cómo escribes esto escuchando el Imaginary Landscape No.1 de
Cage?!)
Cage?!)
Con “invéntate un cielo raso” La Bandolera le deja ver a El Degenerao
que él va más allá de lo que debe. Le sale la frase de la boca como un
escupitajo de mucha flema, viscoso y pesante, transparente apenas, de
color amarillo piña y de otros tonos fundidos donde el verde es el más
notable; no el verde esperanza. Es el escupitajo que rebosa la copa. A
partir de él El Degenerao levanta violento los diez dedos de sus manos
y casi panderetas choca tres y tres, unos con otros, abanicándole la
cara a La Bandolera. Insumisa La Bandolera extiende sus brazos y los
zarandea hacia los lados. Las uñas le crecen endurecidas. Sus tetas
pierden redondez y vulnerabilidad. En la parte trasera del pie le salta
hacia afuera una espuela, así mismo en el otro; las dos afiladas y tan
sujetas a los tobillos que perecen de siempre. Se ha puesto verde,
flexible, dúctil como el escupitajo, galliforme, falciforme, filiforme,
anamorfósica. Monta La Comevidrio. Ataca.
El Degenerao es una piedra. Tanto ha tardado La Bandolera en ser lo
que es que le ha dado tiempo a El Degenerao a ponerse de piedra.
La Bandolera es una degenerá y El Degenerao un bandolero:
desternillados de risa se abrazan; ha sido un ensayo, la muestra de
que una revolución armada sería para ambos un paseo. De ribera.